miércoles, 11 de marzo de 2009

Un 14, sin azúcar.


Momento café matinal, 09:05 am (que no a.C.). Mi cara con la misma expresión que Morticia Adams. Miro fijamente la máquina. Un 14, sin azúcar. Interrumpe mi sueño un “Hola Marisa”. De repente, soy consciente de la realidad y tengo detrás de mí a dos compañeros empresa, que no de trabajo, con los que coincido todos los días. De repente, así sin avisar, uno de ellos (con el que menos aquel tengo) me pregunta:
- ¿Te acuerdas de Belloch?
- ¿Qué Belloch? ¿El alcaldísimo de Zaragoza?
- Sí, ese. ¿Era del PSOE o del PP?
- Joder, del PSOE.
- Pues eso te comentaba –le dijo al otro que estaba allí y que por ser extranjero no conoce la política de nuestro país. – Ese fue ministro de justicia e hizo de nuestra legislación la más blanda del mundo. Es una vergüenza. Así no hay manera de implantar la cadena perpetua o la pena de muerte.

Yo intenté zafarme del escenario pero el personaje insistió.
- ¿Verdad Marisa?
- Es que yo… yo… yo además de dormida estoy en contra de las dos cosas y si fue Belloch el que ha colaborado pues sólo puedo decir “óle”.
- Claro, tú eres de las del dilema moral ¿no? Piensas que la cárcel es para educar. Seguro que eres de izquierdas. ¡Ilusa!

A todo esto, el otro compañero nos dijo que él estaba muy contento con la instauración de la pena de muerte en su país (Perú). Que gracias a eso y a Fujimori por fin ha terminado el terrorismo de Sendero Luminoso.

Acabo de leer “Abril rojo” (precisamente sobre el tema de terrorismo peruano) justo seguido de “La higuera” (sobre la violencia de la postguerra española) y de “La voluntad y la fortuna” (el infierno mexicano con mil dosis de filosofía y el desprecio por la vida).

Confirmé que la bestia no está lugares lejanos o encerrada en los libros.

Todo esto se me vino a la cabeza y pensé en mí cuando era pequeña, no sé qué edad. Oía hablar sobre la pena de muerte y me indignaba pensar que la gente estuviese en contra de ella. ¿Cómo evitar que nos dé pena la muerte de una persona?

- Adiós, les dije bastante tocada.
- Hasta luego, me dijeron mirándome como a una loca.


Nunca volveré a la máquina del café sola.