El otro día recibí un regalo virtual (concretamente un osito de peluche) de un amigo. Me sorprendió la elección de dicho regalo y le disculpé pensando que no me conoce tanto como para saber que no me gustan los regalos virtuales y mucho menos los OSITOS DE PELUCHE. Bueno, pensé, nos quedaremos con el detalle. Pero la cosa no acabó ahí.
Como una tonta caí en la trampa y pagué, la curiosidad mató al gato. La dichosa paginita recogió todos mis contactos y les envió, en mi nombre, otros tantos plantígrados acursilados con un lacito. La madre que me…
Muero de vergüenza pensando en las caras de algunas de las personas que lo han recibido.
Desde gente que me conoce de un rato a mi “jefe supremo”. ¿Qué les habrá pasado por la cabeza?
Seguro que casi todos son merecedores de algún presente de mi parte por algún que otro motivo pero… ¿UN OSITO DE PELUCHE?
En fin, esto no es más que otro caso de suplantación de identidad. ¿No se les ha ocurrido pensar en que estaría mucho mejor suplantar realmente la identidad y enviar a personas que acudan a tu puesto de trabajo mientras tú luces en la piscina? ¿O enviar a tu “alter ego” esta tarde a la charla del colegio?
Joder, es que no piensan en nada.