lunes, 26 de octubre de 2009

Amor fraternal

Rosa trabaja de manceba en una recóndita farmacia de barrio, siempre entre barrotes, temerosa de la llegada de algún delincuente con ganas de tomar drogas de las que necesitan receta. Ella, de aspecto, es poca cosa. Apenas 30 años y 50 kilos, morena y con aspecto mojigato. Cuando cierra a mediodía la farmacia sube a su casa y come con sus ancianos padres y descansa un rato en el sofá. A las cuatro tiene que ir, como todos los días, a recoger a su hermano que viene en el autobús de ruta desde el colegio “especial”.

Siempre la veo a las cuatro menos cinco, haga sol, llueva, haga viento o no haga. Nunca falla a su cita. Él baja del bus con ayuda de la auxiliar y Rosa lo sienta en la silla de ruedas, le de un beso y juntos van por la calle abajo ambos con la mirada perdida.

Esta escena la he visto cientos de veces a lo largo de estos años pero hace unos días fue distinta. El viento arreciaba fuerte y yo llegaba justo cuando él baja del autobús. Rosa empujó con fuerza la silla de ruedas y los dos salieron despedidos calle abajo. Yo me asusté hasta que ví como los dos, por primera vez desde que los conozco, reían sin poder parar tirados y abrazados en el suelo.

No sé expresar exactamente lo que sentí pero sí supe reconocer lo que es el amor fraternal, la entrega y el sacrificio incondicional.

viernes, 9 de octubre de 2009

Corderos con piel de lobo


Había oído hablar de lobos con piel de cordero y constato la existencia de corderos con piel de lobo.
Ayer llegó la noticia que en el zoo de Gaza (no imaginé que en un contexto así alguien se preocupase de mantener un zoo) habían pintados a varios jumentos para que tuviesen aspecto de cebra y así, los niños del lugar, se hiciesen una idea de cómo son. Como ya es sabido, el problema es que en Gaza no puede entrar nada. Si no entra la ayuda humanitaria como para hacer hueco a unas cebritas para los niños. Curioso.
El problema se planteará cuando muera el oso. Cualquiera es el bonito que mete a un oso por los túneles de Rafah.

martes, 6 de octubre de 2009

Buscando asideros.


Tengo un amigo que sufre porque el desamor duele tanto como una noche sin estrellas.


Ha perdido los asideros que lo sujetan al mundo que lo quiere pero él piensa que no merece la pena agarrarse a ellos si no es a través de los ojos que le han condenado a su agujero.


Procuro tenderle la mano. Sólo responde con muecas de dolor.


El dicho y la experiencia nos dicen que el tiempo todo lo cura pero... ¡joder, cuánto cuesta!


Un beso, amigo.